María Teresa Fernández de la Vega
María Teresa Fernández de la Vega
For millennia, the Mediterranean has been a sea that creates bonds, that communicates, a sea that unites. It’s a space whose history and essence are marked by the crossing of peoples, cultures and civilizations. We have not always been at peace but the geography has meant that we have always been together.
The Mediterranean is the region where literature, theater, the concept of democracy were all born. A luminous and privileged region, thanks to its history, its beauty, the wealth that we share, but also to its strategically important location. A geographical position that has given the region prominence on the world stage since antiquity, for better and for worse.
All this wealth, this great stream of people, dialogue and progress that the Mare Nostrum has brought us, culminated in the vision that the Barcelona Process made real, the Union for the Mediterranean. The vision was also driven by the threats to peace that are also part of the region’s heritage.
Today, 25 years later, the entire world, including both shores of the Mediterranean, is facing the greatest crisis in decades. The Covid-19 pandemic has disrupted our lives and economies. It has brought us face to face with our fragility and tested our resilience. It has shown the huge inequalities not only between countries but within our own societies.
It has also highlighted how the increasingly intolerant and divisive political discourse of recent years have allowed mistrust and suspicion of others to proliferate. Only by working together can we successfully confront what is the most recent of the global crises we face. We have already seen that those who refuse to understand the need for change and greater equality also failed to grasp the gravity of the pandemic and therefore did not respond appropriately.
Never before has the value of multilateralism, which is at the heart of the Union for the Mediterranean, made so much sense. Never before has there been such a need for a vision based on equality in diversity, on respect for democratic values and human rights, on the conviction that there is another way of tackling problems, through dialogue and the exchange of ideas. It is out of this vision, the Union was created.
In this part of the world, North and South cover three continents and many more languages, ethnic groups, beliefs and cultures. It wasn’t easy but cooperation was established. Today it is time to reinforce that cooperation, defend it and build a region where democracy and people can flourish in peace, against all forms of bigotry.
It is time to take advantage of the opportunity that the pandemic has unexpectedly given us to showcase how leadership that puts people first benefits the countries of the Union and beyond. It is a change for the Union to lead the way for knowledge, for modernization, for innovation, for greater justice and equality, so that no one is left behind or at the mercy of a virus.
For the best guarantee of success, we need women integrated in the decision-making and management process. Women may represent only 7% of the world’s current leadership but it’s common knowledge that those countries governed by women responded best to the pandemic.
Women work to protect and promote health, peace, life and, of course, equality. In short, they are most qualified to lead the crucial and urgent social transformation that a sick world demands, beyond the Covid-19 crisis. With women leading and democratic values at its core, the Mediterranean can become the region that blazes a new path for fairer and more inclusive globalization in which there is room for everyone with no space for hatred and exclusion.
Las mujeres apenas suponen el 7% del liderazgo mundial, pero ha sido públicamente reconocido cómo los países gobernados por mujeres son los que mejor han sabido responder a la crisis creada por la pandemia.
Durante milenios el Mediterráneo ha sido un mar que crea lazos, que comunica, un mar que une, un espacio cuya historia y esencia están marcadas por el cruce de pueblos, culturas y civilizaciones. No siempre hemos estado en paz, pero siempre, geografía obliga, hemos estado juntos.
El Mediterráneo es la región donde nació la literatura, el teatro, el concepto de democracia. Una región luminosa, privilegiada por su historia, por su memoria, por su belleza, por el enorme tesoro que compartimos, pero también por esa dimensión geoestratégica. Una dimensión que desde la antigüedad la ha convertido en un gran catalizador, en un espacio central del escenario mundial, partícipe destacado de sus pasos adelante y también de sus desafíos.
Toda esa riqueza, esa gran corriente de encuentro, diálogo y progreso que nos ha traído el Mare Nostrum, es el riquísimo capital con que el Proceso de Barcelona contó para dar a luz al proyecto, ya hoy consolidada realidad, de la Unión por el Mediterráneo. Y la otra cara de la moneda, encarnada por las amenazas a la paz, formó parte igualmente de la herencia.
Hoy, 25 años más tarde, el mundo entero, también por supuesto las dos orillas del Mediterráneo, se enfrentan a la mayor crisis que hemos experimentado en muchas décadas. La pandemia de Covid-19 ha trastocado nuestras vidas, además de arrancar miles de ellas, y nuestras economías. Nos ha situado cara a cara con nuestra fragilidad y puesto a prueba nuestra resiliencia. Ha mostrado las enormes brechas de desigualdad que padecemos, ya no sólo entre países, sino en el seno de nuestras propias sociedades.
También ha puesto de relieve una vez más que, frente a los discursos y los gobernantes del odio, de la desconfianza y el recelo hacia el otro, que vienen proliferando en los últimos años, sólo unidos y coordinados podremos afrontar con éxito esta y todas las crisis globales a las que nos enfrentemos. Y hemos comprobado que, quienes no han estado ni están dispuestos a entender que no puede haber supremacismos, ya que todos podemos convertirnos en los apestados de un día para otro, han sido también los que se han negado a aceptar la pandemia como la enorme crisis que es y a actuar en consecuencia.
Nunca como hoy, el valor del multilateralismo, que está en los fundamentos de la Unión por el Mediterráneo, tuvo tanto sentido. Nunca como hoy es necesaria la visión desde la igualdad en la diversidad, desde el respeto a los valores democráticos y los derechos humanos, desde la convicción de que existe otra manera de afrontar los problemas, que es a través del diálogo y el intercambio de ideas, con la que la Unión nació.
Norte y sur en esta región del mundo que se asoma a tres continentes y muchas más lenguas, etnias, creencias y culturas. Éstas supieron asociarse, y no fue fácil, en nombre de esos valores. Hoy toca ejercerlos, defenderlos, continuar construyendo una región para la democracia y la ciudadanía desde la que luchar por la paz y contra todos los fanatismos.
Toca aprovechar esta dramática pero real oportunidad que la pandemia ha generado para irradiar entre cada uno de los países de la Unión y hacia fuera de ella el influjo benéfico de un liderazgo que mire a, y cuide de, las personas. Un liderazgo para el conocimiento, para el reconocimiento, para la modernización, para la innovación, para una mayor justicia e igualdad, para que nadie sea dejado al margen ni al albur de un virus.
Contar con las mujeres para integrar ese liderazgo, impulsar su presencia en los núcleos de decisión, de gestión, en definitiva, de poder, es la mejor garantía de que nos irá bien. Las mujeres apenas suponen el 7% del liderazgo mundial, pero ha sido públicamente reconocido cómo los países gobernados por mujeres son los que mejor han sabido responder a la crisis creada por la pandemia.
Y es que las mujeres son agentes de salud, agentes de paz, agentes de vida y, por supuesto, de igualdad. En definitiva, son las agentes más cualificadas para promover y dirigir la transformación crucial y urgente que demanda un mundo enfermo y no sólo de coronavirus. Con ellas, con los valores democráticos y con las personas por delante, el Mediterráneo puede convertirse en la región que marque otro camino, el camino de una globalización más justa e integradora en la que haya lugar para todos y ninguno para el odio y la exclusión.